qué raras se me hacen estas mañanas de verano de finales de agosto y principios de septiembre. yo era un niño de unos 6 años cuando empecé a odiar estas mañanas de olor a acacia y demasiado fresco para mi tan delgada constitución. por esta época tocaba la revisión anual de mi operación del brazo. salía con mi madre muy pronto, quizá las 7 y pico, ella con su chaqueta de punto azul marino con rayitas blancas en los bordes y en los puños (nunca olvidaré esa chaqueta) y yo cogido de su mano con pantalones cortos y una chaqueta que odiaba, también de punto, a veces roja, otras verde. no me extraña que así vestido tiritase hasta que entraba en calor camino del autobús, que además quedaba bastante lejos. los primeros recuerdos son niños en la sala de espera, niños con sus madres en las cabinas, desvistiéndose para hacernos unas fotos de los huesos que, entonces aprendí, se llamaban radiografías. nunca olvidaré a un chaval de unos 15 años gritando de dolor. creo que le estaban dando quimioterapia o radioterapia y el chico aullaba y lloraba. era tremendo, se me quedó grabado para siempre, ese día pensé que también a mí me harían aquello, pero mi madre me dijo que no, que ese chico gritaba así porque estaba muy enfermo. nadie debería gritar así nunca, ni cuando se acercase la muerte -a la muerte creo que habría que recibirla como un viejo amigo a la puerta de tu casa al que sólo puedes ofrecerle un café-.
aquellas revisiones me dejaban un poso de melancolía enorme ya desde pequeño, de rabia, de impotencia, sabiendo que nunca iban a corregir mi parálisis. PBO se llama técnicamente: parálisis braquial obstétrica. a los 10 años querían volver a operarme del codo o de la muñeca, cortar de nuevo tendones para poder dar el giro que no tenía en el brazo. afortunadamente lo dejamos pasar, como una mala noticia que no quieres haber escuchado. afortunadamente digo, porque hubiera sido otra carnicería propia de los cirujanos. hace un par de años, tuve la oportunidad de hacer un viaje con Carlos Gardeta, neuropsicólogo, director de los Institutos Fay, para la rehabilitación neuronal y sensitiva. gran hombre que a los 40 años era un broker agresivo de la bolsa y que, cuando nació su hijo con una parálisis general del cuerpo, dejó todo, se puso a estudiar psicología, se doctoró y se hizo heredero de la teoría de Fay: la parálisis de un miembro no viene dada por culpa del mismo, sino porque no existe la red neuronal desarrollada en el cerebro. razón por la que mediante una serie de ejercicios con fisioterapeutas y osteópatas, se puede llegar a crear la red neuronal necesaria en el cerebro para que el miembro se pueda mover. y su hijo hoy tiene 23 años y hace una vida perfectamente normal. él me explicó que mi caso hoy en día se regenera mediante fisioterapia, no mediante bisturí. y que una vez cruzados los tendones mediante cirujía, de poco sirve crear esas redes neuronales. habría que deshacer la primera operación. qué tremendo, cómo avanza la medicina, afortunadamente.
luego a los 14 años decidí que no iba a volver a ninguna revisión. que ya estaba harto de pasar frío en aquellas mañanas de verano para escuchar a los doctores diciéndome que podrían intentar otra nueva cirujía. decidí que podría vivir con ello, que me había adaptado a ello. que el deporte, y en especial la natación, me ayudarían lo suficiente como para evitar los dolores de espalda.
y ya nunca volví a pasar ese frío nervioso de las mañanas de finales de agosto, principios de septiembre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario