16.6.06

la casa que yo imagino

Todo el mundo tiene una casa. Se hipotecan o viven de alquiler. Todo el mundo echa raíces. Yo no sé si quiero echar raíces. Estoy tan acostumbrado a sobrevivir, a nadar para sacar sólo la cabeza que no sé si voy a querer tener un sitio para echar el ancla. Siempre recuerdo a Paco Umbral, que dice que todo escritor necesita una casa, esa primera seguridad para poder dedicarse a la literatura. Yo nunca he tenido siquiera un cuarto fijo, una silla, una mesa, siempre he escrito en una tabla de planchar, en una habitación ajena, en una pensión, en el parque, en los bares. No me imagino en un lugar fijo. No quiero esa estabilidad. Temo que mis palabras se resintieran de estar cómodas. Así que cuando voy a casa de algún amigo o amiga, me fijo mucho en todo, sus detalles, que dicen mucho de su personalidad, sus objetos modernos, clásicos, sus fetiches, su decoración minimalista o funcional. Nunca he imaginado mi casa. Nunca me ha preocupado. No le aportaría mis propios detalles, aunque seguramente, indirectamente, lo haría. No faltarían cuadros ni libros, ni elementos básicos para despertar mi mente con otras artes, un televisor para tenerlo sin sonido, como una ventana abierta a la realidad nocturna, un dvd o vídeo para ver películas, una cadena de música. O prescindiría de todos esos elementos y sólo tendría una radio para escuchar música clásica de fondo mientras escribo, para imprimir ritmo y armonía a mi subconsciente prosa. No buscaría todo aquello de lo que realmente pueda prescindir, aquello de los que no necesite cuando tenga que viajar o huir a alguna habitación solitaria de una pensión anónima y sin personalidad marcada. Necesitaría huir de mi hogar constantemente, buscar el revulsivo en lo ajeno. Sólo me preocuparía tener elementos básicos para mantener mi subsistencia, una cocina normal para poder alimentarme, un sillón con buena luz para la lectura y sobre todo, una buena ducha para poder olvidarme de todos los problemas que me impregnan cuando paseo por el mundo, un cuarto de baño para asear mi piel y mi mente, un cuarto para la renovación física y, por extensión, intelectual. Recibiría a la gente en mi casa. Abriría las puertas continuamente para entrevistarme con mis amigos, haría cenas para ellos, tendría licores y alguna droga para complacerles y hacerles sentir en un lugar apacible, fuera de sus casas con anclaje. Buscaría ventanas amplías, una cama grande, un gato o más, cuadros que yo mismo me encargaría de renovar cual exposición itinerante. La casa que yo quisiera no tendría ruidos en exceso, ni gritos, ni peleas, sería más la casa de otros que mi propia casa. En el fondo creo que no tengo afán de poseer un espacio, sino de ser poseído por él, y no por uno sólo, sino por muchos diferentes. Supongo que por eso soy más feliz en lugares ajenos. La imposibilidad de que otros imaginen la casa que tú imaginas no va a impedir que siga adelante, sin pasiones posesivas, como un animal que habita la selva sin reclamar un espacio fijo.

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